El lobo le aúlla a su doncella celestial, a su dama de baile único. Ella se mantiene separada de el, siempre acompañándolo desde las nubes, siempre extrañándole, siempre sonriéndole.
El lobo le aúlla con tristeza, a su princesa lejana, a su eterno amor que jamás podrá tocar, que jamás podrá acariciar y amar de verdad. Por eso el lobo sigue pidiendo el deseo de tocarla, de estar con ella, por eso sus aúllos desesperados, su deseo insistente y apasionado.
El lobo le aúlla con tristeza, a su princesa lejana, a su eterno amor que jamás podrá tocar, que jamás podrá acariciar y amar de verdad. Por eso el lobo sigue pidiendo el deseo de tocarla, de estar con ella, por eso sus aúllos desesperados, su deseo insistente y apasionado.

Así la persona persigue al amor, a su dama insistente y escurridiza, a su fantasía eterna y elevada a la que llama con desesperación, con pasión y con tristeza.